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Por Raul Varela Curiel
De acuerdo con la World Transhumanist Association, el transhumanismo se define como “una forma de pensar en el futuro basada en la premisa de que la especie humana en su forma actual no representa el final de nuestro desarrollo, sino más bien una etapa relativamente preliminar”. El transhumanismo puede definirse como un movimiento cultural, intelectual y científico que afirma el deber moral de mejorar biotecnológicamente las capacidades físicas y cognitivas de la especie humana, y aplicar al ser humano las tecnologías emergentes (nanotecnología, biotecnología, tecnología de la información, ciencia cognitiva, inteligencia artificial, robótica, realidad virtual, etc.), con el fin de eliminar los aspectos no deseados y no necesarios de la condición humana, como el sufrimiento, la enfermedad, el envejecimiento y la mortalidad.
Por otro lado, el posthumanismo implica una reconsideración de lo humano y de su lugar en el universo, así como una nueva consideración de la tecnología. En el paradigma de lo posthumano, no tiene sentido la separación entre la naturaleza (lo humano) y lo artificial (la tecnología), ni siquiera la apología de la técnica que encontramos en el transhumanismo. Lo artificial forma parte de la definición de lo humano, o mejor dicho, de lo posthumano. Así, el transhumanismo defiende que la capacidad de incrementar nuestras capacidades físicas e intelectuales, así como de adquirir un mayor control sobre nuestros estados de ánimo, será adquirida no solo con la ayuda de las tecnologías que actualmente ya están implicadas en el mejoramiento humano, como la ingeniería genética o las tecnologías de la información y la inteligencia artificial.
La narrativa llevada a su máxima expresión naturalmente avanzará hasta posiciones controversiales, donde se podría considerar la capacidad técnica de superar las limitaciones del cuerpo humano, al que se consideraría en tal momento inocuo, mediante la manipulación genética y a través de la creación del “cyborg”, el híbrido hombre-máquina, para más adelante llegar a creer ingenuamente que puede ser superada la misma muerte mediante la copia de la información del cerebro humano en un una computadora o chip.
Ante tal eventualidad, existen instrumentos jurídicos con los que contamos para hacer frente a tales riesgos y problemas en general, consistentes en el sistema internacional de derecho humanos, y en particular, los que dan cuerpo al Bioderecho internacional. En concreto, me refiero básicamente a las tres Declaraciones Universales específicas de la UNESCO: sobre el Genoma Humano y los Derechos Humanos, de 1997; sobre los Datos Genéticos Humanos, de 2003; y sobre Bioética y Derechos Humanos, de 2005, todas en concordancia con la Declaración Universal de los Derechos Humanos de la ONU, de 1948.
Cabe destacar que estos instrumentos normativos son aplicables en el ámbito regional interamericano, pues conforman el corpus iuris internacional aplicable, de acuerdo con la interpretación dada por la Corte Interamericana de Derechos Humanos.
De acuerdo con lo expuesto, la manera que la cultura jurídica encuentra para encarar las problemáticas y riesgos que plantea el transhumanismo y el posthumanismo es a través de la aplicación de los principios y normas del Bioderecho internacional y del sistema internacional de derecho humanos.
Este encuentro entre Bioética y Derecho tiene bases normativas lo suficientemente sólidas como para abordar las diferentes y complejas problemáticas éticas y jurídicas que plantean las ideologías no humanistas post humanistas que se desarrollan bajo su amparo.
En la medida en que las posiciones transhumanistas no radicales admitan los principios fundantes del Bioderecho internacional y defiendan una ética que no cuestione la permanencia de la humanidad, es decir, que reconozcan que el progreso tecnológico está al servicio de la humanidad y no a la inversa, es posible debatir racionalmente sobre los límites jurídicos que deben regirnos. No es un lujo intelectual ocuparnos de la autonomía y la dignidad humana en el contexto del transhumanismo y la Inteligencia Artificial. Por otro lado, no parece acertada la posibilidad de estipular un estatus específico al cyborg. Si por cyborg se entiende la persona humana que, al estar impedida de ciertas capacidades, utiliza implantes artificiales para suplantarlas, no pierde su carácter humano. Por el contrario, si por cyborg se entiende algo distinto al ser humano, una discontinuidad que se reemplaza por un ensamblaje de sistemas sociales, biológicos y tecnológicos, la cuestión se vuelve meramente hipotética y poco tiene que ver con el Bioderecho internacional y una ética humanista.
En tiempos de posthumanismo y transhumanismo, Inteligencia Artificial e Ingeniería Genética, debemos priorizar el rescate de la personalidad jurídica del ser humano y nuestra aspiración por la justicia, es decir, nuestra condición de Hombres Jurídicos protegidos por el Derecho Internacional y nuestra Eminente Dignidad Humana.
El Derecho constitucionalizado, la cultura jurídica y los derechos humanos, que desde la Declaración Universal de 1948 nos adscriben como marca distintiva la dignidad humana, son los artefactos y creaciones humanas que debemos defender.
La ciencia, como cualquier otra actividad humana, tiene límites que deben ser observados por el bien de la humanidad y requiere un sentido de responsabilidad ética. La verdadera medida del progreso es lo que está dirigido al bien de cada hombre y de todo hombre. El punto de inflexión que puede conducir a la inminente puesta en práctica de diversas variantes del transhumanismo en un futuro próximo, perjudicial para el género humano, es el de atentar contra la dignidad humana y la libertad personal, ambas constitutivas de la condición humana. La Ley natural nos puede ayudar en el discernimiento de lo verdaderamente conveniente y puede ser la brújula para hacer bien las cosas. Hoy más que nunca sigue siendo válido el principio de que no todo lo que es técnicamente posible o factible es, por lo tanto, éticamente aceptable. Parece ser que queremos tener en nuestras manos el poder sobre la vida y la muerte. “Ser como dioses”.
Queremos ser como dioses, pero dioses poderosos, no dioses amorosos. El transhumanismo como lucha por la supervivencia, no por el poder. Todo es lícito, mas no todo conviene. Es menester que las tecnologías emergentes estén al servicio de las personas y no al revés. Para ello es necesario contar con un sistema axiológico humanista de aplicación universal para decidir en qué casos la aplicación de diversas variantes de tecnologías transhumanistas en nuestro cuerpo y mente resulte moralmente plausible, y en qué casos no. En el contexto histórico en que nos encontramos, es prioritario humanizar la técnica, poniéndola al servicio del hombre y salvaguardando la vida humana en cada instante de su existencia.