
Por Raúl Varela Curiel
El inicio de esta nueva era judicial en México, marcada por la elección popular de jueces, magistrados y ministros, genera más incertidumbres que certezas. Para muchos, este cambio representa una amenaza a la independencia judicial, y para otros, una oportunidad de democratizar la justicia. Pero, más allá del debate ideológico, existe un actor que no puede pasarse por alto: los litigantes.
Los abogados litigantes somos quienes estamos en contacto directo con los tribunales día tras día. Conocemos sus deficiencias, su burocracia, sus virtudes y sus límites. Somos los primeros en advertir cuándo un juzgador cede ante la presión política o cuándo se aparta del marco constitucional. En ese sentido, nos convertimos en guardianes prácticos de la legalidad, más allá de los discursos institucionales.
En un escenario donde el origen electoral de los jueces puede tentar a muchos a responder a intereses coyunturales, la técnica jurídica se vuelve un escudo fundamental. El litigante bien preparado, que fundamenta y motiva con rigor, obliga a la autoridad a razonar sus decisiones. La fuerza del argumento jurídico es el único antídoto real contra el populismo judicial.
No basta con ser hábil en tribunales. El litigante debe mantener un compromiso ético sólido: no ceder ante la corrupción, no prestarse a presiones políticas ni económicas, y al mismo tiempo defender con valentía a quienes depositan su confianza en nosotros. La credibilidad del sistema judicial depende, en gran parte, de la credibilidad de quienes lo activamos.
Si el Poder Judicial corre el riesgo de convertirse en un brazo político más, la sociedad necesita abogados que actúen como contrapeso. Eso significa acudir al juicio de amparo, interponer recursos, denunciar irregularidades, visibilizar las arbitrariedades y, sobre todo, formar ciudadanía jurídica: enseñar a la gente a defender sus derechos y a exigir jueces imparciales.
La reforma judicial puede haber cambiado las reglas del juego, pero no ha alterado nuestra misión. El litigio, entendido como un acto de resistencia cívica y técnica, será la herramienta para que la justicia no se pierda entre urnas ni discursos. Hoy, más que nunca, los litigantes estamos llamados a ser los guardianes invisibles de la independencia judicial.