Por Raúl Enrique Varela Curiel
El principio de cosa juzgada ha sido, históricamente, uno de los pilares más firmes del Estado de Derecho en México. Su función es sencilla y monumental: otorgar certeza, estabilidad y previsibilidad en un sistema que necesita reglas claras para evitar que la justicia se convierta en un ejercicio de voluntades.
La reciente votación de la Suprema Corte —cinco votos contra tres— sobre la posibilidad de reexaminar casos previamente concluidos ha generado inquietud en la comunidad jurídica. No porque la protección de derechos humanos sea discutible, sino porque la técnica empleada deja abierta una puerta sin cerrojo.
Revisar sentencias firmes no es en sí una aberración jurídica. El problema es que la decisión no surge de un debate técnico profundo, sino de un criterio adoptado sin parámetros definidos ni salvaguardas suficientes frente a usos indebidos. Cuando un criterio constitucional permite reabrir sentencias sin construir mecanismos de contención, el efecto inmediato es la erosión de la certeza jurídica.
Es cierto: el artículo 23 constitucional prohíbe ser juzgado dos veces por el mismo delito. El nuevo criterio no autoriza un doble juzgamiento clásico, pero introduce un elemento que desestabiliza el sistema: la reinterpretación retrospectiva. Una sentencia ya no es un cierre sólido, sino condicionado a lo que la Corte piense mañana.
En un Estado constitucional, la justicia no puede construirse destruyendo la certeza. La seguridad jurídica no es un obstáculo para los derechos humanos; es su garantía operativa. Cuando todo puede ser reabierto o reinterpretado, el ciudadano queda expuesto.
Lo preocupante no son las afinidades ideológicas de los ministros, sino la debilidad técnica del razonamiento judicial. Sin parámetros claros, la excepción se convierte en regla. La justicia constitucional requiere precisión quirúrgica, no mayorías aritméticas.
México sigue teniendo un Estado de Derecho, pero hoy ese Estado se ha vuelto más frágil e incierto. La Corte no destruyó la cosa juzgada, pero sí la volvió vulnerable. Y cuando la certeza tambalea, el ciudadano también.
