marzo 14, 2025
Raúl Curiel1

Por Raúl Varela Curiel

Existe un derecho fundamental que nos define como sociedad libre. La posibilidad de opinar, comentar y cuando sea necesario oponernos a aquello que consideramos injusto, erróneo o perjudicial.

A lo largo de la historia el progreso de la humanidad no ha nacido ni del silencio ni de la obediencia ciega, sino por el contrario, ha nacido del cuestionamiento, del debate y de la firmeza de voluntad de las personas que se han atrevido a levantar la voz más allá del status quo.

Cada gran avance social político y cultural ha sido impulsado por personas que decidieron expresar su desacuerdo en lugar de conformarse con la comodidad de la indiferencia. Algunos podrán decir que no tiene sentido expresarnos si nuestra voz es minoritaria. Que no tiene sentido discutir cuando todo parece estar decidido. Sin embargo, si algo nos ha enseñado la historia, es que cada cambio comenzó con una persona que se atrevió a decir que no. No debemos temer a la confrontación de ideas, porque, de la diferencia de opiniones nace la evolución del pensamiento. No se trata de oponerse por el mero hecho de llevar la contraria, sino de ejercer el derecho de cuestionar cuando algo no nos convence. Cuando algo va en contra de nuestros principios o cuando creemos que existe una opción mejor.

Vivimos un tiempo en que el miedo a la crítica, a la censura o al rechazo nos puede llevar a callar; Pero cuando cedemos al miedo claudicamos en nuestra capacidad de influir en el mundo que nos rodea. Nunca dejemos de expresar lo que sentimos.

Oponerse no es un acto de rebeldía sin sentido, sino una señal de conciencia y compromiso con lo que consideramos correcto. Nunca subestimemos el valor y poder de una sola voz, porque una voz clara y valiente tiene el poder de despertar a muchas más. Y cuando muchas voces se unen en un mismo propósito el cambio es inevitable.

Así como el derecho a disentir es fundamental, no menos cierto es que también existen momentos en que la oposición se vuelve absurda, improductiva y en ocasiones perjudicial. Ello es así toda vez que no toda resistencia es valiosa, ni todo desacuerdo es inteligente. Hay personas quienes se oponen solo por rebeldía sin ninguna causa. Oponerse solo por el placer de llevar la contraria sin razones de peso ni argumentos sólidos convierte un acto de conciencia en un acto de necedad. Insistir en una postura insostenible no es valentía, es terquedad. De igual forma es absurdo oponerse cuando el desacuerdo no aporta nada. Cuando uno se opone con la única finalidad de provocar al contrario o  de desacreditar al otro sin proponer soluciones. Es fácil criticar desde la comodidad del espectador. Pero si la oposición no viene acompañada de propuestas o de una intención real de mejorar lo que se crítica se convierte en una pérdida de tiempo

Oponerse por todo también nos convierte en personas inflexibles e incapaces de reconocer cuando alguien tiene razón. El verdadero pensamiento crítico no solo desafía lo establecido, sino que también es capaz de reconocer cuando estamos equivocados o cuando nuestra oposición no tiene fundamento.

 No se trata de callar ni de evitar en conflicto, pero sí de preguntarnos antes de oponernos, ¿Realmente estoy actuando con base en mis creencias? ¿Tengo razones y argumentos solido? ¿Estoy dispuesto a cambiar de opinión si me demuestran lo contrario? Si la respuesta es no seguramente esa oposición será un capricho disfrazado de valentía.

Opinar y oponerse son actos de inteligencia cuando tienen sentido. Pero cuando se hacen sin lógica nos hunden en la sinrazón. La clave esta en usar nuestro juicio con sabiduría, en saber cuándo luchar por una causa y cuando reconocer que el desacuerdo en ciertos casos no tiene sentido.