junio 18, 2025
Americano

(Foto: Agencias)

Aaron Rodgers y Mike Tomlin comparten una terquedad competitiva. También una arrogancia inherente.

Aunque eso no los convierte en excepciones en la NFL impulsada por jugadores de carácter fuerte, su capacidad para mantener a raya las realidades del juego que ellos ayudaron a definir durante tanto tiempo sí lo hace.

Los entrenadores no deberían pasar casi dos décadas sin experimentar una temporada perdedora. Tomlin lo ha hecho.

No se supone que un quarterback se recupere de una lesión de Aquiles a sus 40 años y vuelvan a lanzar para casi 4.000 yardas. Rodgers lo hizo.

Quizás han sentido durante mucho tiempo esta “otredad” compartida. Quizás por eso han hecho un punto durante sus ocasionales encuentros profesionales de hacer contacto visual digno de quedar para la posteridad, una forma no verbal de decir “talento reconoce talento”.

Así que tal vez sea apropiado que dos hombres que creen que las reglas no siempre les aplican compartan la línea lateral este otoño en una temporada que podría servir como un último bastión simbólico para su visión del mundo.

Sin embargo, en lugar de mantener a Russell Wilson o Justin Fields —ambos de los cuales Pittsburgh dejó ir en la agencia libre después de llevar a los Steelers a un récord de 10-7 el otoño pasado— o arriesgarse con Mason Rudolph o usar una selección de primera ronda en el draft de abril, al firmar a Rodgers, los Steelers están haciendo lo que siempre han hecho durante los últimos más de 50 años.

Y aunque Rudolph se convirtió en un cuasi-héroe popular después de salir del banco al final de 2023 para llevar a Pittsburgh a los playoffs, no hay duda de que Rodgers es la mejor opción disponible. No importa que los Steelers tuvieron que esperar más de dos meses para que el cuatro veces MVP se comprometiera y que la leyenda de la franquicia Terry Bradshaw llamó “una broma”.

(Foto: Agencias)

Confiar en Rudolph o (eventualmente) en el novato de sexta ronda Will Howard habría venido con un alto riesgo y posible recompensa. O bien habrían tenido éxito y los Steelers habrían encontrado “su chico” o habrían tropezado y el club habría aterrizado dentro de los 12 primeros en el draft sin tener que intercambiar para llegar allí por primera vez desde que tomaron a Ben Roethlisberger en el puesto 11 en 2004.